[box type=»info» align=»aligncenter» width=»660″ ] DANNY Y ROBERTA – Una danza apache. Sala: Mirador (Calle Dr. Fourquet, 31 – Madrid). Autor: John Patrick Shanley. Dirección: Mariano de Paco Serrano. Reparto: Laia Alemany y Armando del Río. Música en directo: Ester Rodríguez. Fechas: 12 de febrero al 6 de marzo de 2016. Horario: viernes y sábado a las 20:00 h y domingos a las 19.30h. Entradas: 14€, reserva anticipada. 16€, venta en taquilla [/box]
Danny es una mala bestia, un tipo duro y desquiciado, caminando al borde del abismo, capaz de golpear a alguien hasta creerle muerto solo porque le había preguntado por la calle por cómo le iba. Un hombre al que sus fantasmas internos le hacen mantenerse al margen de todo y de todos y que para aislarse y defenderse del entorno, ha creado una barricada a su alrededor que no deja superar a nadie.
Roberta no es muy diferente: atormentada por un encuentro sexual con su padre, vive (o más bien, malvive) odiándole a él, a sí misma y a los demás. Es una mujer violenta, con pasado, pero sin futuro y con la rabia a flor de piel. Al igual que Danny, ha establecido unas fronteras delimitadas con alambradas, que no deja cruzar a nadie.
Danny y Roberta, son dos seres al límite y, a la sazón, los dos personajes protagonistas de la obra teatral de John Patrick Shanley, Danny and the deep blue sea – An apache dance, aquí traducida como Danny y Roberta – Una danza apache, que se representa en la madrileña Sala Mirador.
Shanley es un laureado autor teatral y guionista, ganador del Óscar por Hechizo de Luna, aquélla deliciosa historia de amor protagonizada por Cher y Nicholas Cage y que consiguió el Pulitzer con su novela La Duda, que posteriormente fue llevada al cine con gran éxito. Si por algo se caracteriza este autor, es por construir historias basadas en magníficos personajes, a menudo parejas aparentemente disfuncionales, y explorar las relaciones entre ellos.
Danny y Roberta son un claro ejemplo. Son dos icebergs a la deriva por un océano lúgubre: devastadores, gélidos y con mucha más superficie bajo el agua de la que muestran por encima. Sabemos lo que pasa cuando un iceberg choca con un barco, pero en esta historia, Shanley explora lo que puede suceder cuando dos icebergs chocan entre sí: algo imprevisible.
La trama es simple: una cantina, en algún lugar del Bronx, una noche cualquiera. Dos mesas y en ellas, nuestros dos personajes, al que el azar les ha situado en el mismo momento y lugar y le ha hecho interaccionar involuntariamente. Tenemos el ring, tenemos a los púgiles… y suena la campana: ¡el combate ha comenzado!
La hora y media que sigue, se puede resumir facilmente con el subtítulo de la obra (Una danza apache). El estilo de baile «apache» es un tipo de danza muy dramático, surgido en los bajos fondos parisinos de principios del siglo XX y su nombre se deriva de una de las denominaciones del hampa parisina de la época. Se trata de un baile que simula una violenta discusión entre una prostituta y su proxeneta, incluyendo golpes simulados. Si habéis visto la película Moulin Rouge, es el tipo de baile que ejecutan, mientras suena la versión tanguera del Roxanne de Police.
Y ese es el devenir de la obra, una danza alocada y brutal entre estos dos seres, en la que, poco a poco van cayendo las barreras entre ellos, hasta confluir en un mismo punto, en un equilibrio, que se presume altamente inestable, pero que nos permite contemplar el trasfondo de miedo y ternura, que se esconde tras las corazas de Danny y Roberta y cómo ambos en mitad del naufragio, se agarran a la misma tabla para mantenerse a flote y salvarse juntos.
Danny y Roberta es una obra dura e intensa, pero con un trasfondo de humor ácido y ternura muy reseñable. Por ello, hay que alabar el montaje que ha diseñado el director Mariano de Paco Serrano, para resaltar todos esos sentimientos y, sobre todo, a los dos protagonistas. Una escenografía minimalista, que lo es más aún en el amplio espacio escénico de la Sala Mirador, obligando a la pareja protagonista a multiplicarse (física e interpretativamente) para llenarlo. Uno tiene la sensación de que en una sala más recogida, con el público más cerca, este montaje ganaría en intensidad emocional, pues es una obra en la que los momentos intimistas dicen mucho más que las explosiones de ira.
¿Y qué decir de la pareja protagonista? Pues que están muy bien y convincentes en todo momento: intensos cuando la danza alcanza su apogeo y tiernos y emotivos en los momentos más íntimos.
Bien es cierto que uno se imagina un Danny con una complexión física más brutal y patibularia, pero Armando del Río lo suple llevándose, con acierto, a su personaje hacia la violencia surgida de la inestabilidad, hacia el «tío peligroso» más que al «tío salvaje», un personaje muy del estilo de Ronny Cammareri, el personaje que hacía Nicholas Cage en Hechizo de Luna. En cuanto a Laia Alemany, nos muestra verazmente a las dos Robertas: la aislada y agresiva (con un acusado toque macarra) y la tierna y dulce que se esconde en su interior.
He hablado de la pareja protagonista, pero es que, en este montaje, la obra tiene tres, incluso yo diría que cuatro, personajes. Porque no puede entenderse esta obra sin la música en directo que en todo momento acompaña las escenas y que se convierte en un personaje más, que a través de los acordes y las letras de gente como Tom Waits, nos va llevando de la mano a través de la historia de Danny y Roberta. La cuarta pata del banco, sería la cantante y guitarrista Ester Rodriguez, que interpreta maravillosamente todas las canciones, creando con su voz y los acordes de su guitarra el ambiente preciso en cada momento.