Últimamente me llegan muchos selfies de amigos pidiéndome asesoría sobre sus barbas y esto —entre otras cosas—, me ha hecho pensar que lo de dejarse crecer el vello facial es más que una moda. Es una revancha contra los tiempos del “parecer y no ser”, un empujón hacia el “ser y no necesitar parecer”.
¿Son las barbas una manifestación contra la masculinidad robada? ¿Son barbas feministas? ¿Son una liberación para que el feo parezca guapo? ¿Una respuesta a la demanda femenina? Por primera vez las mujeres reclamamos algo estético y vosotros nos lo dais. Así es, dear men, hemos conquistado ese poder. ¿Sudores fríos? ¿Mareos? ¿Convulsiones? ¿Alopecia repentina? Se siente, vuestras barbas son nuestras barbas.
Según un estudio realizado por Barnaby Dixson y Paul Vasey en Nueva Zelanda y Canadá, la barba no es atractiva para las mujeres. Pero riámonos de las investigaciones, porque el mismo colega Barnaby, en este caso junto a Robert Brooks de la Universidad del Sur de Gales, demostró que los hombres con barba de 10 días son considerados más atractivos, masculinos, saludables, mejores padres y más capaces de proteger a su descendencia que los que siguen el ritual del afeitado, esa escena cotidiana de sumo virtuosismo que además a las mujeres parece que nos gusta observar. Me asaltan las dudas: ¿a vosotros os pone vernos mientras nos depilamos? ¿Qué les pasa a las mujeres polinesias con los hombres imberbes? ¿Cómo justifica Barnaby sus trastornos de la personalidad?
Hagamos un pequeño repaso histórico. Los antiguos griegos consideraban la barba como símbolo casi sacrosanto de virilidad. También en la antigua India era un signo de dignidad y de sabiduría. Pero luego llegaron los romanos, envidiosos ellos, que decidieron afeitarse para diferenciarse de los griegos.
Viajemos un poquito más en el tiempo: en la I Guerra Mundial, EE. UU. adquirió 3,5 millones de maquinillas y 36 millones de hojas para que sus soldados se colocaran sin impedimentos las máscaras de gas. La imagen modélica y molona del militar afeitado provocó que todos los hogares hicieran hueco a las maquinillas de uso diario. En 1960 Kennedy desangró a Richard Nixon en un debate, ¿y a qué responsabilizaron de tal fracaso? Al tenue sombreado facial del candidato republicano.
La historia de la humanidad se puede contar a partir de un conflicto capilar. Los asesores de imagen de Frank Dobson le pidieron que se afeitase si quería alcanzar la alcaldía de Londres, no lo hizo y perdió. Pero ojo, que Frank, un auténtico antisistema, obtuvo con esto una mención honorífica por parte del Frente de Liberación de la Barba (BLF). En 2001, un tribunal del Reino Unido confirmó el derecho de la cadena de supermercados Waitrose a exigir un rasurado absoluto a los trabajadores de sus secciones de alimentación, y es que algunas teorías, como las de los británicos Mark Pagel y Walter Bodmer, relacionan la presencia de vello con una mayor posibilidad de atraer parásitos, lo que hace comprensible el deseo de librarse de él por pura ansia higiénica. Alucinantes las investigaciones que se hacen por el mundo, ¿verdad?
Venimos moviéndonos, como veis, en la balanza del barbismo y la pogonofobia. De los que aseguran que “Dios adornó a los hombres como leones, atributo de masculinidad”, como el padre de la Iglesia Clemente de Alejandría (siglo II d. C.) a los que hablan de que dejarse barba es un “síntoma de brutalidad creciente”, como el filósofo alemán Arthur Schopenhauer. Ahora, siglo XXI, plena tendencia de la barba y una nueva moda impuesta por los hipsters en Nueva York: el implante. Que sí, poca broma con esto, que sobre todo en Brooklyn están pagando hasta ocho mil quinientos dólares —sí, sí, habéis leído bien, 8.500 $— por una operación de injertos de barba —llamémosla “la operación de tetas masculina”—, y quien no la necesita es porque copula lo suficiente. La historiadora Wendy Cooper recoge en su libro Hair que el pelo del rostro masculino crece más deprisa cuando un hombre es sexualmente activo, así que no me responsabilicéis de estas afirmaciones.
Primero fueron los metrosexuales, luego los übersexuales y ahora los que lo petáis sois los retrosexuales, con vuestras camisas de cuadros y vuestro aspecto dejado. Según Jordi Pérez de La Barberia de Gràcia: “la barba que se lleva ahora es larga, la típica de náufrago y de talibán, con aspecto falsamente descuidado”.
Pero volvamos a lo que me interesa. ¿Es la barba tan sólo una moda? ¿Significa esta tendencia algo más para los hombres que el hecho puramente estético? La periodista alemana Nina Pauer escribió sobre la existencia del hombre frágil o nueva casta de enclenques comprensivos, provocada por una imagen entendida como amenaza, y sí, todo por la barba. Según ella, la obligación de afeitarse ha provocado un dolor endémico y un serio problema de identidad. ¿Exagera? Quizá no tanto. El otro día hablé con un amigo que luce una poblada barba desde que su voz se volvió grave —“barbudo de la vieja escuela”, según él—, y me confesó con mucho énfasis y dignidad que nunca se ha querido afeitar porque “soy hombre, y los hombres tenemos barba”. Los niños empiezan a rasurarse porque quieren que les crezca la barba… vosotros queréis vuestros pelos y nosotras también, que a mí los chicos que tienen menos vello que yo me gustan mucho, pero como amigas y para actuar en el musical de Hair, valga la redundancia.
Vuestra barba tiene un significado y espero que el hecho de que en este momento esté bien vista también lo tenga más allá de ser más o menos cool, más o menos hipster. Porque un hipster auténtico es el que lo es sin parecerlo, porque una persona auténtica lo es y está sin necesidad de aparentar. Y porque cuando la luna se pone en la séptima casa y Júpiter se alinea con Marte, la paz guía los planetas y el amor removerá las estrellas. This is the dawning of the age of Aquarius, the age of Aquarius…
Información Bitacoras.com
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