Hoy estoy muy feliz de compartir con vosotros una entrevista a una científica que entiende la curiosidad como motor de vida. Mireia Ortega es bioquímica, doctora en biomedicina y una de las divulgadoras científicas más activas y apasionadas de nuestro país.
Desde charlas en universidades y museos como el CosmoCaixa hasta proyectos editoriales y colaboraciones con asociaciones científicas internacionales, ha dedicado su carrera a acercar el conocimiento al gran público de una forma clara, entretenida y cercana.
Ahora acaba de publicar su primer libro, La ciencia y el azar, del que ya os había hablado no hace mucho, donde nos invita a descubrir cómo algunos de los grandes hallazgos de la humanidad nacieron de la casualidad.
Hoy conversamos con ella sobre su trayectoria, el papel de la ciencia en la sociedad y, por supuesto, sobre este fascinante libro.
¡Hola Mireia! ¿Cuándo supiste que la ciencia sería tu camino?
Desde muy joven, de niña de hecho, descubrí que la ciencia despertaba en mí una curiosidad especial. No hubo un solo momento decisivo, sino una serie de experiencias, preguntas que quería responder, experimentos simples que me fascinaban, juegos de carácter científico y la sensación constante de querer entender cómo funciona el mundo, que poco a poco fueron marcando mi rumbo.
Con el tiempo entendí que ese impulso por investigar y aprender no era solo un interés pasajero, sino una vocación. Fue entonces cuando supe que la ciencia no solo sería parte de mi vida, sino el camino que quería seguir profesionalmente.
¿Qué te atrajo de la divulgación, además de la investigación pura?
Lo que más me atrajo de la divulgación es la posibilidad de conectar la ciencia con las personas. La investigación pura es apasionante, ¡y me encanta!, pero muchas veces sus resultados se quedan en círculos muy especializados y no llegan a la sociedad. La divulgación, en cambio, permite transformar conceptos complejos en ideas accesibles y útiles, y eso tiene un impacto directo en la en las personas.
Me motiva especialmente ver cómo una explicación clara puede despertar curiosidad, derribar mitos o incluso inspirar a alguien a interesarse por la ciencia. Despertar vocaciones es fascinante. Para mí, divulgar es una extensión natural de investigar: no solo buscamos generar conocimiento, sino también compartirlo.
¿Qué tiene de especial hablar de ciencia con públicos tan diversos (niños, adolescentes, adultos)?
Hablar de ciencia con públicos tan distintos es especial porque cada grupo ofrece una forma única de ver el mundo. Con los niños, la curiosidad es casi ilimitada y permite explorar conceptos desde el asombro más genuino. Los adolescentes, en cambio, cuestionan, desafían y buscan conexiones con su vida cotidiana, lo que impulsa a presentar la ciencia de una manera relevante y crítica.
Con los adultos, el valor está en enriquecer su comprensión del entorno, actualizar conocimientos y, a veces, desmontar ideas preconcebidas.
¿Cuál ha sido la charla o experiencia más significativa para ti en estos años?
Una de las experiencias más significativas son las charlas en los eventos científicos con mucho público en museos como CosmoCaixa. Pero un evento no particularmente grande donde se generan preguntas, curiosidades y un deseo genuino de entender la ciencia, en el que al final varias personas se acercan para decirme que era la primera vez que la ciencia les parecía “cercana” o “posible” es una de las mejores experiencias que te hacen entender por qué vale la pena dedicar tiempo a divulgar.
Esa sensación de haber despertado algo, interés, curiosidad o simplemente una nueva perspectiva, es lo que hace que esa charla siga siendo especialmente significativa para mí.
¿Cómo crees que ha cambiado la percepción social de la ciencia tras la pandemia?
La pandemia transformó profundamente la percepción social de la ciencia. Por un lado, muchas personas vieron por primera vez, y en tiempo real, cómo funciona el proceso científico: la colaboración global, la revisión de datos, la incertidumbre inicial y la evolución del conocimiento. Esto generó una mayor valoración del trabajo científico y del impacto directo que puede tener en la vida cotidiana.
Sin embargo, también dejó al descubierto desafíos importantes, como la desinformación, la impaciencia ante la incertidumbre y la dificultad para comunicar que la ciencia avanza ajustando hipótesis, no ofreciendo certezas absolutas desde el primer día.
Como resultado, creo que hoy existe una conciencia más amplia de la importancia de la ciencia, pero también una necesidad urgente de fortalecer la comunicación científica y construir confianza social de manera sostenida.
¿Ves peligro en la desinformación y los bulos científicos? ¿Cómo se combate?
Totalmente, la desinformación científica representa un peligro real. No solo distorsiona la comprensión pública de temas clave como la salud, el medio ambiente, la tecnología, etc., sino que también debilita la confianza en las instituciones y en los propios científicos. En situaciones de crisis, como vimos recientemente, los bulos pueden influir en decisiones personales y colectivas con consecuencias serias. Combatirla requiere una estrategia múltiple. Por un lado, es fundamental comunicar ciencia de manera clara, accesible y honesta, sin caer en tecnicismos innecesarios, pero tampoco simplificando hasta el punto de perder rigor. Por otro, es importante fomentar el pensamiento crítico desde edades tempranas, para que las personas sepan evaluar fuentes, cuestionar información dudosa y reconocer señales de manipulación.
Además, la colaboración con educadores, periodistas, divulgadores y plataformas digitales es clave. Como la desinformación se mueve rápido, la ciencia también necesita hacerlo, pero con responsabilidad y transparencia. Solo así podemos contrarrestar su impacto.

Vamos ahora con tu libro La ciencia y el azar. ¿Cómo nació la idea de escribir sobre la serendipia en la ciencia?
La idea nació de una reflexión que siempre me ha fascinado: cómo, a pesar de la planificación, el método y la precisión que caracterizan a la ciencia, muchos de los descubrimientos más influyentes han surgido de manera inesperada. La serendipia revela ese lado humano, creativo y a veces impredecible de la investigación, donde la curiosidad y la capacidad de observar lo inesperado son tan importantes como los experimentos cuidadosamente diseñados.
¿Por qué crees que las historias de “azar” enganchan tanto al público?
Creo que las historias donde el azar juega un papel importante enganchan porque nos recuerdan que incluso en campos tan rigurosos como la ciencia existe un margen para lo inesperado. Son relatos que conectan con nuestra propia experiencia: todos hemos vivido momentos en los que algo salió bien, o cambió de rumbo, sin haberlo planeado del todo.
Además, estas historias humanizan la ciencia. Muestran que detrás de cada descubrimiento hay personas que dudan, se equivocan, prueban, fallan y, a veces, tropiezan con algo extraordinario por casualidad.
De los descubrimientos que cuentas, ¿cuál es tu favorito y por qué?
Uno de mis favoritos es el descubrimiento de la penicilina. No solo porque cambió radicalmente la medicina moderna, sino porque ilustra a la perfección cómo la serendipia funciona cuando se combina con una mente curiosa. Me fascina especialmente que Alexander Fleming podría haber pasado por alto aquel cultivo contaminado, pero en lugar de descartarlo, vio algo que no encajaba… y decidió investigarlo. Ese pequeño gesto, prestar atención a lo inesperado, desencadenó una revolución científica y salvó millones de vidas.
Pero con tu permiso, te diré otro: el de los rayos X, porque en esta historia descubrí una faceta de Marie Curie, una de mis investigadoras favoritas, que desconocía.
¿Hubo alguno que te sorprendió especialmente durante la investigación?
Sí, uno que me sorprendió mucho fue el descubrimiento de la sacarina por Constantin Fahlberg. Lo fascinante es que surgió de manera completamente accidental: Fahlberg estaba investigando compuestos químicos derivados del alquitrán de hulla y, al terminar su jornada, notó un sabor dulce en sus manos. Ese momento de casualidad, combinado con su curiosidad y observación, dio lugar al primer edulcorante artificial, que revolucionó la alimentación y abrió un campo completamente nuevo en la química aplicada.
Me sorprendió cómo un hallazgo tan inesperado pudo tener un impacto tan duradero, y me recordó que en la ciencia la atención a lo inesperado, incluso en cosas aparentemente triviales, puede transformar por completo nuestro mundo.
¿Qué nos enseña la serendipia sobre cómo funciona realmente la ciencia?
La serendipia nos enseña que la ciencia no es un camino lineal ni completamente predecible. Aunque el método científico proporciona estructura y rigor, muchos descubrimientos surgen de la observación atenta, la curiosidad y la apertura a lo inesperado.
En otras palabras, la serendipia muestra que la creatividad y la intuición son tan importantes como la planificación y la experimentación. Nos recuerda que la ciencia es un proceso humano, dinámico y a veces sorprendente, donde lo accidental puede convertirse en innovación si se reconoce y se explora con rigor.
¿Qué fue lo más difícil de trasladar un tema tan complejo a un lenguaje accesible?
Lo más difícil fue lograr que la complejidad no intimidara al lector. Muchas veces los conceptos científicos dependen de términos técnicos y procesos largos, el reto consiste en transformarlos en ideas que cualquier persona pueda visualizar y comprender sin perder el rigor.
¿Qué esperas que se lleve el lector cuando acabe el libro?
Espero que el lector se lleve, sobre todo, una nueva manera de mirar la ciencia: no solo como un conjunto de hechos y fórmulas, sino como un proceso vivo, humano y a veces sorprendente. Quiero que descubra que detrás de cada descubrimiento hay curiosidad, creatividad, errores y, en ocasiones, momentos de serendipia que cambiaron el rumbo de la historia.
Además, deseo que sienta inspiración y motivación para hacerse preguntas, explorar lo inesperado y apreciar la importancia de la observación y la reflexión en la vida cotidiana. En definitiva, que termine el libro con una mezcla de asombro, comprensión y ganas de seguir aprendiendo.
Además del libro, ¿qué otros proyectos tienes ahora mismo en marcha?
Actualmente estoy trabajando en varios proyectos relacionados con la divulgación científica. Por un lado, participo en talleres y charlas para distintos públicos, desde niños hasta adultos, con el objetivo de acercar la ciencia de manera práctica y entretenida. Por otro, colaboro en contenidos digitales y medios de comunicación para difundir descubrimientos recientes y explicar conceptos complejos de forma accesible.
Y quien sabe si en un próximo libro, jeje.
¿Te ves escribiendo más libros de divulgación en el futuro?
Sí, definitivamente. La divulgación científica es una manera de conectar la investigación con las personas, y escribir libros me permite explorar temas complejos de forma profunda y al mismo tiempo cercana. Me motiva especialmente la idea de contar historias que sorprendan, inspiren y despierten curiosidad, porque creo que la ciencia se disfruta más cuando se percibe como algo vivo, humano y lleno de sorpresas.
¿Qué consejo le darías a una niña o niño que sueña con ser científico?
Le diría que nunca deje de hacerse preguntas y que explore con curiosidad todo lo que le rodea. La ciencia no es solo memorizar hechos, sino observar, probar, equivocarse y aprender de los errores. Que se permita sorprenderse y disfrutar del proceso de descubrir cosas nuevas, porque la pasión por investigar es lo que realmente hace a un buen científico.
También le animaría a ser paciente y persistente: los descubrimientos no siempre llegan rápido, pero cada intento, cada experimento y cada pregunta suman. Y, sobre todo, que recuerde que incluso los hallazgos inesperados —la serendipia— pueden abrir caminos que nunca imaginó.
Si tuvieras que elegir una frase o idea para resumir tu visión de la ciencia, ¿cuál sería?
Diría que la ciencia es “la búsqueda constante de entender lo desconocido, combinando curiosidad, rigor y apertura a lo inesperado”. Para mí, resume su esencia: un proceso humano que mezcla método y creatividad, planificación y sorpresa, disciplina y asombro.



