[box type=»info» align=»aligncenter» width=»660″ ] EL OJO DE LA AGUJA (basada en La Señorita Julia de A. Strindberg). Sala: La PENSIÓN de las PULGAS Dirección y Adaptación: Estefanía Cortés. Reparto: Esther Acebo (Julia), Sergio Pozo (Juan), Irene Escalada (Cristina). Diseño de vestuario: Sandro Nonna. Fechas: Domingos, 21:30 h. Precio: 15 €. [/box]
«Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja a que un rico entre en el reino de Dios».
Esta lapidaria frase del Evangelio de San Mateo, ha dado pie a la guionista y directora Estefanía Cortés para dar título a la obra teatral El ojo de la aguja, que se ha estrenado a primeros de mayo en el madrileño espacio La pensión de las pulgas.
Hay personas que son amantes del riesgo y Estefanía parece ser una de ellas. Tras debutar en la adaptación y dirección teatral con una obra tremendamente compleja como Petra (basada en Las amargas lágrimas de Petra von Kant de Rainer Fassbinder) y obtener un merecido reconocimiento por parte de crítica y público, ahora se lanza a adaptar otra de las obras maestras del teatro universal: La señorita Julia, del dramaturgo sueco, August Strindberg, considerada por muchos como la obra que marcó el inicio del teatro moderno en Europa.
En mi reseña sobre Petra, alababa la labor de Estefanía y del elenco participante, por haber sabido reflejar el complejo universo de Fassbinder con tanta sensibilidad y habiendo sabido abstraer las partes esenciales del mensaje subyacente en la pieza original.
Eso hacía que mis expectativas respecto a esta nueva obra (y, en consecuencia, mi nivel de exigencia) fueran elevadas; pero tras haber asistido al estreno, lo primero que puedo decir es que estas expectativas han sido ampliamente satisfechas.
En primer lugar, atreverse con una obra tan universalmente reconocida, estudiada y representada como La señorita Julia, merece un respeto, dado que el ojo crítico de muchas personas va a estar centrado tanto en la adaptación del texto, como en el montaje o en la interpretación de los actores, teniendo, además, múltiples (y magníficas) referencias con las que compararlo.
En este sentido, Cortés ha optado por abstraer el significado de la obra de Strindberg y las motivaciones de sus personajes y trasladarlos de la Suecia decimonónica al aquí y al ahora, para demostrar que las pasiones y sentimientos humanos son universales: siempre han estado y estarán ahí y, además, con un sentido muy similar.
Ello ha supuesto darle una vuelta importante al texto y adaptar situaciones, actitudes, diálogos y vestuario (por cierto, espectacular el vestido de la protagonista) para que la trama resultara creíble. Si en la obra original, la historia se desarrollaba en Suecia en la Noche de San Juan, ahora se desarrolla en una gran ciudad cualquiera en la fiesta de Navidad de una empresa. Julia ya no es noble, pero sí que es la rica heredera de un acaudalado y todopoderoso hombre de negocios; Juan no es un criado de su padre, sino su chófer; y Cristina, la dulce, religiosa e inocente Cristina, no es la cocinera, sino la secretaria de Julia. La obra tampoco se desarrolla en las cocinas de la casa familiar, sino en el despacho del padre de Julia.
Muchas diferencias, pero a la vez muy pocas, porque en el fondo, la historia subyacente es igual: un magno tratado sobre el poder, sus distintas manifestaciones y los vehículos para ejercerlo. Aparentemente hay ricos y menos ricos y hay lucha de clases; pero en el fondo, lo importante son los mecanismos de poder, más que el dinero.
Porque todos los personajes ejercen su poder sobre otros, pero, a su vez, están sometidos al poder de otro: Julia ejerce el poder de su posición respecto de Juan para obtener el amor que desea. Juan se sirve del poder que siente sobre Julia, para dar rienda suelta a su ambición. A su vez, ambos, ejercen su poder sobre Cristina quien, a su vez, se sirve del amor que Juan siente hacia ella para poner un ancla a su ambición. Incluso el personaje más todopoderoso de todos, el padre y patrón, al que todos sirven y temen, está sometido al poder de su esposa.
Pero no solo es el poder el motor de los personajes, sino también el amor. Julia pese a todo su dinero y poder, en el fondo lo único que quiere es lo que todos deseamos: alguien que la quiera y es el amor el que la hace descender a lo más profundo de los infiernos.
Otro aspecto interesantísimo es que Strindberg era un autor profundamente misógino, lo que se refleja precisamente en La señorita Julia, donde el machismo está siempre en primer plano; en cambio, Estefanía Cortés ha querido darle un poco la vuelta a la tortilla, incidiendo en todo lo contrario, en que todo lo que sucede es causa de la maldad y ambición de Juan y de su cobardía, que le hacen responsabilizar a los demás de sus propias culpas.
Además, uno de los aciertos de esta adaptación es incidir en la esquizofrenia de Strindberg, como punto de partida para intentar comprender la naturaleza de cada uno de sus personajes. Todos ellos son enormemente complejos y viven en un permanente claroscuro en el que tan pronto son víctimas como verdugos. Esto se traduce en una sucesión de duelos interpretativos en que los cambios de rol y de sentimientos por parte de los personajes son continuos.
Para dar vida a la protagonista de una adaptación tan compleja, Estefanía Cortés ha vuelto a contar con otra amante del riesgo, Esther Acebo, que si en Petra bordaba un papel muy complejo, en El ojo de la aguja, se atreve con otro de los personajes icónicos de mujer en el teatro mundial. Esther se enfrenta a una Julia llena de luces y sombras y realiza una interpretación para enmarcar. Desde el principio de la obra se monta en una montaña rusa emocional y resulta creíble en cada curva, giro y tirabuzón de esta. En un papel mucho más cercano a ella que Petra, por edad y experiencias vitales, Esther Acebo da una lección de compromiso, sensibilidad y verdad.
Y si de verdad y compromiso hablamos, qué puedo decir de Sergio Pozo, que encarna a un Juan ambicioso; seductor en momentos y despreciable en otros; a veces tiránico y a veces pusilánime; un personaje tan difícil como atractivo. Acepta sin titubeos el reto de viajar junto a Esther en la montaña rusa y en todo momento mantiene la situación bajo control. Una excelente interpretación de un actor que apunta muy alto y al que como a Esther Acebo recomiendo seguir muy de cerca en el futuro.
Y la tercera pata del banco es para Irene Escalada. Si ya en Petra me fascinó su frescura y su capacidad para hacerse con la audiencia en un abrir y cerrar de ojos, en esta nueva interpretación, esta impresión se ha visto ampliamente reforzada; porque su Cristina es un papel terrible para un actor y su interpretación tiene un mérito enorme no suficientemente apreciado por el público no entendido. Tiene una pequeña escena al principio de la obra, desaparece durante una hora y cuando vuelve a aparecer (en este montaje, además, sin estar presente en el mismo espacio físico de la representación) debe hacerlo muy, muy arriba, emocionalmente desgarrada y convirtiéndose en el detonador del desenlace. Y eso solo puede conseguirse con una tremenda capacidad de concentración y un talento a prueba de bomba.
¿Un resumen? Pues que El ojo de la aguja es una fantástica obra de teatro y una dignísima adaptación de una de las mejores obras del teatro de todos los tiempos, que os recomiendo ver, saborear y disfrutar, porque lo merece.
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